El caso Ramos
Diego Osorno/
Dia de publicación: 2023-03-16
Nadie entendía nada. Algo estaba cambiando en un lugar conocido por su Puente Internacional, el flujo incesante de trailers mercantes, los garitos amorfos y las aventuras desveladas. Glaterum, que significa arenal o cascajo, es la raíz de la palabra Laredo, usada para nombrar una antigua villa dividida en dos tras la vieja guerra con EU.
De este lado del Bravo, la parte llamada Nuevo Laredo empezó a sufrir en 2003 nuevos aires beligerantes, que también tenían algo que ver con su intersección mexicoamericana, pero invocada bajo los términos del narco.
Llegué a reportear en ese año a las calles donde había ocurrido una batalla estruendosa entre grupos armados hasta los dientes. Uno de los bandos era de la mafia local y las corporaciones municipales, mientras que el otro eran fuerzas oficiales y comandos foráneos al servicio de un capo sinaloense recién fugado de Puente Grande: Joaquín Guzmán Loera.
Desde entonces a la fecha, Nuevo Laredo no ha tenido paz duradera. Año con año hay ejecuciones, desapariciones, balaceras, toques de queda y, básicamente, una forma de vida controlada por el miedo.
Bajo un contexto como el anterior, las libertades civiles han dejado de tener plena cabida. Desde la libertad de tránsito hasta la económica, pasando por la de expresión, fueron desapareciendo o adaptándose a las reglas de la disputa cotidiana por el control legal e ilegal de una de las fronteras comerciales más lucrativas del mundo.
¿Cómo defender los derechos humanos en una situación de guerra no oficial como esta? Raymundo Ramos lo ha hecho de forma admirable estos 20 años porque ha podido abrir una ventanita para ver la arbitrariedad que el actual gobierno, al igual que los anteriores, se niega a ver. A través de esa rendija nos ha obligado a saber que policías municipales, estatales, federales, marinos y militares cometen atrocidades invocando la ley.
Aquel 2003 que llegué a Nuevo Laredo tuve pocas fuentes de información que se atrevieran a denunciar lo que sucedía. Ramos me dijo que solo en esos tiempos habían sido desaparecidas más de 50 personas y otro número similar habían sido asesinadas. “Esto se va a salir de control”, auguró. Desde entonces ha tratado de seguir diciendo verdades que hoy ya no deberían ser incómodas, sino urgentes de atender y resolver.
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Nadie entendía nada. Algo estaba cambiando en un lugar conocido por su Puente Internacional, el flujo incesante de trailers mercantes, los garitos amorfos y las aventuras desveladas. Glaterum, que significa arenal o cascajo, es la raíz de la palabra Laredo, usada para nombrar una antigua villa dividida en dos tras la vieja guerra con EU.
De este lado del Bravo, la parte llamada Nuevo Laredo empezó a sufrir en 2003 nuevos aires beligerantes, que también tenían algo que ver con su intersección mexicoamericana, pero invocada bajo los términos del narco.
Llegué a reportear en ese año a las calles donde había ocurrido una batalla estruendosa entre grupos armados hasta los dientes. Uno de los bandos era de la mafia local y las corporaciones municipales, mientras que el otro eran fuerzas oficiales y comandos foráneos al servicio de un capo sinaloense recién fugado de Puente Grande: Joaquín Guzmán Loera.
Desde entonces a la fecha, Nuevo Laredo no ha tenido paz duradera. Año con año hay ejecuciones, desapariciones, balaceras, toques de queda y, básicamente, una forma de vida controlada por el miedo.
Bajo un contexto como el anterior, las libertades civiles han dejado de tener plena cabida. Desde la libertad de tránsito hasta la económica, pasando por la de expresión, fueron desapareciendo o adaptándose a las reglas de la disputa cotidiana por el control legal e ilegal de una de las fronteras comerciales más lucrativas del mundo.
¿Cómo defender los derechos humanos en una situación de guerra no oficial como esta? Raymundo Ramos lo ha hecho de forma admirable estos 20 años porque ha podido abrir una ventanita para ver la arbitrariedad que el actual gobierno, al igual que los anteriores, se niega a ver. A través de esa rendija nos ha obligado a saber que policías municipales, estatales, federales, marinos y militares cometen atrocidades invocando la ley.
Aquel 2003 que llegué a Nuevo Laredo tuve pocas fuentes de información que se atrevieran a denunciar lo que sucedía. Ramos me dijo que solo en esos tiempos habían sido desaparecidas más de 50 personas y otro número similar habían sido asesinadas. “Esto se va a salir de control”, auguró. Desde entonces ha tratado de seguir diciendo verdades que hoy ya no deberían ser incómodas, sino urgentes de atender y resolver.
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