Los astros en el cactus

Amplios, en las elevaciones,
los astros arrullan a las calles desde los precipicios del cielo…
bajan escaleras de calor,
huelen la vida que emana de los techos
cometas, aerolitos,
planetas que suspiran a la sombra de los atardeceres,
los astros del desierto,
collares únicos que portan abanicos de apenas dos colores,
ilusos de frescura,
yo siento que te hablan sin importar la hora
¿no miras que te sonríen enormes,
con esa frente negra, y colas y rayos y estelas como leche?,
los astros del desierto son mi luna,
no existe piedra que los imite
ni agua que los atrape,
arenas de la altura,
madrugada tras madrugada me rotan en la mano
licuando el viento cuando caen hechos día,
los astros,
gases inundados de latidos, secos entre el cactus y el monte,
los miro desde abajo, pobre de mí,
ahí están aparentemente estables
con un chorro de billones de tiempo y de destiempo como cama
apenas si me ven, soy insecto sin lluvia,
siempre yo lejano, siempre yo abajo,
donde oscilan las pelotas de los niños
donde voy por frutas al supermercado
donde me carcome un retiro del banco
mientras las placas teutónicas se expanden
sin saber de dioses ni de especies ni de seres atacándose…
solitario de mí,
los astros, dunas de galaxias,
arriba como bólidos desconocen la suerte,
parece que me aman y te aman
vigilando nuestra estancia aunque no se den cuenta,
directa y sin reflejos son la vida, ellos inventan otras vidas
y nosotros un vello de conciencia para saber que existen,
esas luces, allá, en las excavaciones verticales,
algas de la intemperie que esperan la huida de algún sol,
me exigen asomarme y que los beba como sueños,
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